Adriana Macías es una mujer completa. No le falta nada, mucho menos brazos. En ella hay dulzura, energía, entusiasmo, encanto, ganas de luchar, sentido del humor, coquetería, belleza.
Hay también inteligencia, fortaleza, amor, y un deseo inmenso de enseñarnos a vivir la vida sin meter las manos, a vivir la vida metiendo el corazón.
Adriana Macías es una abogada mexicana que nació hace 28 años, en un modesto hogar. Su espera dio pie a la alegría y a la ilusión; sin embargo, aquél día de abril, el nacimiento de esta niña fue motivo de tristeza y preocupación para sus padres: Adriana nació sin brazos.
Los médicos no encontraron explicación alguna a su discapacidad, y tampoco había una cultura de ésta para saber cómo tratar a una persona especial. Sus padres, don José Manuel Macías y doña Guadalupe Hernández, de inmediato decidieron dejar a un lado la aflicción, para mejor ocupar su tiempo y esfuerzo en resolver la circunstancia de la pequeña. Se apoyaron en el rumbo que la crianza de Eloísa, su primera hija, les había trazado. Así, Elo, como cariñosamente le llama Adriana a su hermana mayor, se convertiría en su guía.
Un par de años apenas había vivido Adriana, cuando ya estrenaba unos brazos sustitutos, tras peregrinar en su búsqueda por hospitales, instituciones y fundaciones de México. Hoy, Adriana no alcanza a comprender de qué artes se valieron sus papás para explicarle a una niña tan pequeña, que tenía que cargar unos “garfios”.
“¿Como voy a usar esos garfios que trae el malo de la película?”, recuerda que susurró en aquél momento. “Yo quería ser la princesa del cuento; prefería usar una tiara, un vestido largo, unas zapatillas de cristal y bailar a lo largo y ancho de un majestuoso salón”, agrega, quien, desde los veinte años realiza todas sus actividades con los pies.
Estudió la primaria, secundaria y “prepa” en escuelas regulares. Esto le sirvió para tener una vida normal y poder involucrarse con otros niños. Afirma que tuvo una niñez maravillosa, igual que la de cualquier niño. “Fue una época de aprendizaje, de compartir, porque en esta etapa no se te examina, ni se te critica”, asume quien hasta estos días aún no usa las escaleras eléctricas.
Frente al espejo
Llegó la adolescencia y con ella una época muy difícil: “La que te lleva frente al espejo”, apunta. Ahí pudo ver sus cualidades y capacidades, y se dijo: “A mí nunca me van a salir brazos… ¡Así nadie me va a querer!”. La depresión vino de inmediato, pero afortunadamente sus padres estaban ahí para apoyarla
“Al principio me puse triste por pensar que mis sueños los cumpliría a través de otras personas. Después, comprendí que las características físicas que tengamos son independientes de eso. Lo que importa es la voluntad y la disciplina en lo que hacemos”, refiere.
Esta afirmación dejó a flor de piel su situación sentimental. Y es que hace cinco años terminó una relación de pareja con un chico de su universidad. “Yo le quería mucho, me pidió que nos casáramos, pero su familia no me aceptaba por mi discapacidad. Finalmente fue él quien quebró el compromiso al confesarme que no podía unir su vida a una persona con limitación física. Obviamente yo no podía hacer nada ante semejante confesión, es decir, no le podía pedir otra oportunidad para cambiar ¿verdad?”, dice con buen sentido del humor.
“Obviamente pasé días muy tristes, lloraba y mucho, pero un día se acabó el llanto y pude darme cuenta que debía levantarme y buscar de nuevo el amor en mi vida: Juan Medina, es ese regalo hermoso”, presume.
Lo mismo se precia de sus pies, muy bien cuidados: “Me gustan cuidarme los pies y me hago la pedicura constantemente. No uso zapatos apretados y las uñas siempre las ando arregladas”.
De su peinado y maquillaje ¡ni hablar! “Me hago de todo en el cabello, yo misma lo peino y seco, y me encanta maquillarme”, dice mientras coquetea con su cabello frente a la cámara fotográfica.
Hace dieta, come sanamente y practica Pilates una hora diaria todos los días. “Confieso que no me gusta hacer ejercicio, pero ésta es otra enseñanza… Tenemos que tener responsabilidad aún en las actividades que no nos gusta hacer para lograr otras que si disfrutamos”, reprende.
Esta discapacidad nunca fue obstáculo para que Adriana se superara y destacara en lo que emprende. “Para triunfar en la vida no existen obstáculos, la actitud positiva es la herramienta esencial para el logro de proyectos individuales y colectivos”, cree convencida.
“Abrazar el éxito sin meter las manos”
Adriana Macías cuenta con una Licenciatura en Derecho con postgrado en Administración de Recursos Humanos. Ahora, a ocho años de haber dado su primera charla motivacional, se ha convertido en una de las mejores cotizadas expertas internacionales de disertaciones sobre superación.
Es autora del libro “Abrazar el éxito sin meter las manos”, y en él cuenta su vida vista desde distintos ángulos, con un lenguaje espontáneo y juvenil. Cada episodio está lleno de valor y valores.
“Mi libro está escrito de manera sencilla, para que lo lea cualquier persona que quiera cambiar su vida, quiera ser feliz y quiera abrir su corazón a la vida. En él le hablo a todo el mundo con mi lenguaje: El del corazón”, confiesa.
Como se lee en la contraportada de esta obra: “Más que con las manos, está escrita con la inteligencia inquieta, la voluntad inquebrantable y el corazón generoso de una mujer que escribe con los pies”.
Optimismo a “manos llenas”
Dios: ¡Es todo!… A Dios no hay que pedirle que nos “devuelva” la vida, hay que pedirle que nos dé sabiduría y paz para resolver los problemas y ayudar a otros que puedan estar en “nuestros mismos zapatos”.
Familia: Es el lugar donde encuentras la fortaleza. Es el más grande de los valores que hay que resguardar.
Amigos: Los hay de todo tipo, pero cuando tienes muy buenos amigos, es porque eres muy buena amiga.
Manos: (Sonríe) Muy esenciales para ustedes, pero para mí son la oportunidad de descubrir la vida de otra manera, y de saber que sigue (la vida), a pesar de las circunstancias difíciles que he vivido.
Pies: (Ríe a carcajadas) Son mis manos, justamente. Los que me ayudan a caminar, los que me maquillan, los que me llevan a expresarme… Por ellos ando siempre con paso firme, aunque, de vez en cuando, “meta la pata”.
Madre: No hay persona más maravillosa a mi alrededor, mujer, que ella. Ella se preocupa cuando yo no me preocupo. Ha estado en los momentos más duros de mi vida: Cuando lloré toda la noche porque el que pensé que iba a ser el amor de mi vida, no lo fue. Recuerdo que, al día siguiente, era ella quien lloraba durante mi conferencia, mientras yo iba con una sonrisa y diciendo a la gente que “la vida es bella”… La admiro, respeto y quiero por todas las cosas que ha tenido que enfrentar, y sobre todo, por los miedos que ha encarado por mí, mismos que, superados, han sido parte de mi felicidad.
Padre: Gracias a él soy esa persona valiente y “aventada”… Siempre digo que en mi vida, mi madre y mi padre son el yin y el yan: Ella reservada, aún cuando me suplicaba: “Adriana, ponte las prótesis, te ayudarán mucho”; y él, un hombre “aventado”, que me decía: “si no quieres usar tus prótesis, no las uses; si quieres quitarte los zapatos, quítatelos; si quieres aprender a nadar, yo te enseño”.
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